La ordalía o juicio de Dios fue una institución jurídica vigente hasta finales de la Edad Mediaen Europa. Consistía en someter al acusado al juicio de la divinidad a través de mecanismos ritualizados, de cuyo resultado se infería su inocencia o culpabilidad. Dichos rituales en su mayoría estaban relacionados con torturas causados por el fuego o el agua, entre otras costumbres.
Conocemos prácticas brutales como por ejemplo poner la mano en un brasero, andar con los pies desnudos por carbones encendidos o sujetar hierros candentes. En relación con el agua, era práctica extendida sumergir al acusado largo tiempo bajo el agua, o bien obligarles a introducir en un caldero con agua hirviendo una mano o el brazo hasta el codo (según la gravedad del delito); después se envolvía el miembro en cuestión y al cabo de unos días se volvía a examinar.
Se tenía la conciencia de que si alguien sobrevivía a estas pruebas o no resultaba demasiado dañado, significaba que Dios lo consideraba inocente y no debía recibir castigo alguno.
Se conoce que este tipo de prácticas fueron introducidas en Europa a partir de la llegada de los pueblos germánicos cuando derrocaron el imperio romano de occidente. Pero a medida que se fueron popularizando y la Iglesia católica empezó a intervenir en las mismas, se cambió el nombre de ordalía por el de juicio de Dios.
Este tipo de juicios se sustituyeron progresivamente por la tortura, a medida que el derecho romano se iba imponiendo sobre el derecho germánico, en el período final de la Edad Media. Lo que es interesante analizar a nivel jurídico es que tanto la ordalía como después la tortura no eran formas de castigo sino una parte del proceso penal, una prueba judicial previa a la sentencia y a la pena, que podía llegar a ser mucho peor.